martes, 30 de septiembre de 2008

La gestión internacional de la crisis financiera norteamericana

Siempre que se produce una situación crítica en la economía mundial salta la comparación con la "Gran Depresión" de 1929. Recientemente, Alan Greenspan, prestigioso ex-presidente de la Reserva Federal norteamericana, ha dicho que la crisis actual puede ser la más importante en un siglo, lo que reducirá el "crack" de 1929 a una mera anécdota. Las recientes decisiones y propuestas dramáticas de la administración federal de los Estados Unidos dirigidas a paliar el impacto de la crisis, que costarían a los contribuyentes norteamericanos del orden de un billón de dólares (un trillón según la forma de contar en los Estados Unidos), ponen de relieve la importancia de la actual situación de crisis.

La crisis de 1929 fue desencadenada por la quiebra de un pequeño banco austriaco, el Kreditanstalt, de Viena, y se extendió pronto como el incendio de un reguero de pólvora por todo el mundo, arrastrando en su caída a las principales instituciones financieras de Wall Street.

La actual crisis se inició y está produciendo su principal impacto en la misma Wall Street. Aunque sus efectos se dejan sentir en todo el mundo, es, ante todo, una crisis norteamericana. Existen ciertos elementos fundamentales que la prepararon, como la constante acumulación de déficit público de los Estados Unidos desde el acceso a la presidencia de George W. Bush en el año 2001 y la paralela secuencia de déficit en la balanza comercial norteamericana. El origen inmediato está, sin embargo, en el escándalo de las "hipotecas basura" (subprime, según el eufemismo financiero), créditos de baja fiabilidad y dudosa recuperación que fueron empaquetados y vendidos en los mercados financieros como si se trataran de valores seguros. La imposibilidad del cobro de estos valores artificiales produjo el colapso de importantes instituciones financieras, como Merryll Lynch y Lehman Brothers, mientras que otras como AIG, Farnie Mae y Freddy Mac, sólo han podido ser salvadas con la intervención del gobierno federal.

La reflexión sobre la Gran Depresión de 1929 presidió el espíritu de las conferencias celebradas entre las principales ponencias aliadas durante la Segunda Guerra Mundial. Hombres como el británico John Maynard Keynes y el norteamericano Henry Dexter White diseñaron en la Conferencia de Bretton Woods en 1944 un orden económico mundial dirigido a evitar que se repitiera la secuencia de crisis en cadena que caracterizó la Gran Depresión. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras instituciones financieras, como el Banco de Pagos Internacionales de Basilea, han creado instrumentos para solventar este tipo de crisis. En el nivel político, las sucesivas reuniones de las principales potencias económicas que constituyen el Grupo de los Siete también se han preocupado de atajar o canalizar las distintas crisis que ha atravesado el sistema financiero mundial después de la terminación de la Segunda Guerra Mundial.

En Europa, la debilidad institucional que hizo de nuestro continente la principal víctima de la depresión de 1929 ha sido corregida parcialmente. Hoy contamos con mecanismos supranacionales que no existían antes de la Segunda Guerra Mundial, como el sistema de la Unión Europea y, dentro de él, el ECOFIN o Comité Económico y Financiero, integrado por los 27 ministros de economía y finanzas de la Unión Europea, y el Eurogrupo, formado por esos mismos ministros de los quince países integrados en el Euro. El Banco Central Europeo, por su parte, cuenta con recursos propios que ha utilizado para solventar las crisis de liquidez bancaria que se han desatado en el último año. Una serie de comités de supervisión integrados por representantes gubernamentales vienen también vigilando el funcionamiento del sistema financiero y recomendando decisiones a los Estados miembros que eviten el efecto contagio de la crisis norteamericana.

Estos mecanismos de ámbito mundial y europeo, inexistentes en 1929, están funcionando razonablemente bien en la actual coyuntura económica mundial. Aunque no es posible evitar los efectos deflacionarios de la crisis norteamericana, las instituciones financieras europeas están resistiendo el embate de una forma que no era posible en 1929. El sistema institucional europeo y los mecanismos de supervisión y de apoyo financiero están impidiendo que el bajón económico se transforme en una crisis mundial y no hay razones para pensar que ésta no pueda ser contenida, a condición, claro está, de que otros actores intencionales importantes, como Japón, Canadá y los propios Estados Unidos, estén dispuestos a colaborar en el esfuerzo de recuperación. De hecho, así está ocurriendo a través de acciones concertadas, como las que han gestionado los principales bancos centrales para dotas de liquidez al sistema financiero mundial, antes incluso de que el Gobierno y el Congreso de los Estados Unidos adopten las medidas urgentes de saneamiento financiero que exige la actual situación económica del país.